LOS
DEDOS DE BIRCH, MERCENARIOS DE MARIEMBURGO II
Hoy continuamos con las andanzas de nuestra banda de Mordheim. Como os comenté la semana pasada, está excelentemente pintada por una pintora de Albacete, que tiene un talento excepcional, Sonia Dardabi. El texto es mío, y no es más que un divertimento para acompañar las imágenes de las miniaturas. Ya veremos lo que da de sí.
Una historia no contada por ningún heraldo (cont.).
Nota
aclaratoria (Bis): Siempre
me ha parecido mal el trato que se le ha dado a los Estalianos
(España) en WHFB. También en WHFRP. Siendo el imperio (fin S. XV,
ppios. XVI) como es, es de vergüenza tal ignominia. Así que, ya que
los propios escritores oficiales han renegado de su historia en
una decena de ocasiones, me voy a permitir que estalianos
(españoles), tileanos (italianos) e imperiales (alemanes de la época
de Carlos I) se relacionen como si tuviesen estrechas relaciones, o,
mejor dicho, alianzas. Así que, más que una banda de mercenarios
del Mariemburgo rolero, parecen unos mercenarios de la época de los
tercios, pero con hombres rata y piedra bruja.
El
aire viciado de la ciudad se entretenía jugando con el leve vestido
que cubría a Galiena. La maga tardó unos segundos en concentrarse,
en silencio. Únicamente su respiración, profunda y fuerte, denotaba
el esfuerzo. Las miradas de Rubens y Fernández se cruzaron por un
instante en el corto recorrido de un escote.
— E
'l'angolo occidentale.
— ¿Estás
segura? —Inquirió el Capitán Jans sin dejar de mirar hacia el
supuesto objetivo.
— Molto
sicura.
— Bien.
Fernández: tú y Fritz tomad posiciones ya, y aguantad hasta lo
convenido. Disparad si hay algúna sorpresa, que acudiremos y os
sacaremos del atolladero. Pavlov, tú y Hegel nos cubrís mientras
avanzamos. Sois los más expuestos en la plaza, así que en cuanto
entremos en la casa buscáis un parapeto.
El arcabucero Fritz |
La
casa hasta la que tenían que llegar hacía esquina, pues daba a una
de las calles rectas que salían de los lados de la plaza. Tenía, en
dicho ángulo, una orla dentro de la que todavía se podía atisbar un viejo
escudo de armas. Como todas las de la plaza, en el piso inferior
tenía columnas de fuste liso, que sostenían el piso superior
formando un soportal. Este primer piso, totalmente de madera, tuvo su
ventanal, alguna vez, pintado de verde. Ahora apenas se conservaban los
restos de alguna ventana. Del tejado no quedaba nada, únicamente
unas vigas ennegrecidas que rasgaban el cielo gris, como el costillar
de un gigante.
El fantástico dúo de arcabuceros, Fritz y Fernández, protagonistas decisivos en esta historia. |
Todos
iban en buen orden mientras cruzaban la plaza, en unos minutos que se
hacían eternos. El Capitán siempre delante, con la mirada viva,
sudando el guante del escudo. El cabo Rembrandt estaba pendiente del
chico, al que empujaba de vez en cuando para que mantuviese el ritmo.
Rubens cubría a Galiena, que andaba decidida, martilleando sus
tacones por la resonante plaza. Todo bien. De repente, el enano,
cuando llegaron al centro, se quedó atrás.
— ¡¡¡¡Heeeeeeeeeeyyyy!!!!, ¡¿Habeeerrr alguien?! — "El Rata" levantó ambos
brazos, hachas en mano, y giró lentamente trescientos sesenta
grados, a modo de reto —.
— Algún
día nos van a matar a todos por culpa de este loco hijoputa, pero
antes juro por Sigmar que lo degüello — masculló el Cabo
Rembrandt rojo de ira —.
— ¡¡¡Hoooolaaaaa!!!
¡¡Vamos, rratas de mieeeerrrda!! — El enano empezó a levantarse
el taparrabos y mostró sus generosos genitales a un público
inexistente —.
— ¡¡Avanzad!!
— Ordenó el Capitán—.
— ¿Puedo
dispararle yo? Le daría en toda la po... — Se ofrecía Sebastiano
Píccolo—.
Justo
en ese instante algo hizo que el mediano no completara su frase, pues
una piedra lanzada con una honda, golpeó el suelo a dos metros a la
izquierda del grupo. Después de esa primera, los cantos empezaron a
caer como granizo sobre el grupo, y todos empezaron a correr. Pronto
se oyeron las primeras detonaciones de arcabuz. El bueno de Fernández
estaba haciendo su trabajo, sin decir ni mú.
Alcanzaron el soportal sin resuello. El Capitán tomó la puerta de un salto, mientras desventraba a un par de hombres rata que guardaban el quicio.
Alcanzaron el soportal sin resuello. El Capitán tomó la puerta de un salto, mientras desventraba a un par de hombres rata que guardaban el quicio.
— Coged
posiciones, dentro de la casa debe haber más.
— Moriremo
tutti oggi!!
— ¡Se
me ha vuelto a mear encima! — El cabo Rembrandt dejó a Birch "el
Rico" como un fardo al lado de la puerta noble de la casa, que
estaba caída. El muchacho tenía la vista fija en el enano, y hasta
parecía divertirle lo que veía. La baba le manchaba la gorguera.
El
enano bailaba ahora en mitad de la plaza. Una enorme cantidad de
piedras se extendían a su alrededor. Alguna le había dado. Mala
suerte, nada serio. Fernández y Fritz avanzaban ahora a trabucazo
limpio por las ruinas de los soportales cercanos, apoyados por
Sebastiano Píccolo, que no fallaba ni un disparo. Pavlov y Hegel
habían tomado posiciones flanqueando el dintel de acceso. Se habían
encargado certeramente de un grupo de ratas gigantes que habían
llegado hasta ellos. En el interior de la casa, la situación era
totalmente distinta: La casa tenía sótano, y de él, por medio del
suelo del zaguán, a través de las vigas y la madera podrida, había
surgido un engendro de unos tres metros de alto. Un ogro con cara de
rata, con pústulas en las pústulas, un aliento atroz, y un garrote
enorme. El cabo Rembrandt acababa de quedar inconsciente de un
garrotazo, tras saltarle un ojo de un tiro al monstruo.
— ¡¡Pavlov,
Hegel, a mi!! — gritaba el Capitán—, ¡Hay que acabar con él
antes de...
El gran Hegel, espadero, siempre dispuesto a afrontar cualquier crisis con su mandoble. A destacar el fantástico trabajo de los metales de la armadura y la manga acuchillada. |
— ¡¿Habéis
visto?! ¡Ha reventado! — Chillaba Galiena eufórica en perfecto idioma del Imperio, medio desnuda, con su gaseoso vestido hecho carbonilla —, ¡Y lo he
matado yo! ¡Ya veréis cuando cuente esto en el colegio imperial!
Rubens, arrebatado, trabajaba como una máquina implacable, machacando a diestro y
siniestro ratas, hombres rata, todo lo que se pareciera a un roedor.
De su melena salía un extraño humo, y ya no parecía tan blanca ni tan canosa como antes. El agujero estaba siendo despejado rápidamente, pues
ambos soldados acompañaban al sargento en la matanza ratuna.
El gran Pavlov. El contraste de colores hace que esta gran figura de Warcrow todavía destaque más sobre los tableros de juego. |
— ¿Todos
bien? — Preguntó el Capitán, mientras se arrancaba los restos de
la pluma chamuscada del sombrero.
— Che
sono la migliore maga in tutto il mondo. ¿A qué sí?
— Gottlob!
— Espetó el Sargento Rubens— Rembrandt está bien, un poco
atontado, pero vive.
El cabo Rembrandt se incorporó poco a poco, lastimeramente, y por primera vez en horas, se hizo el silencio.
El cabo Rembrandt se incorporó poco a poco, lastimeramente, y por primera vez en horas, se hizo el silencio.
— Agh...
Ahora a buscar la piedra bruja, canallas... — Susurró el Cabo— .
Y todos rieron.
Fritz
y Fernández regresaron, y ayudaron a buscar por el interior de la
casa, intercambiándose, pues se turnaban con Píccolo para hacer guardia en
el exterior.
Y
así pasaron gran parte del día, hasta que descubrieron un saco de
ese fantástico material por el que se jugaban la vida. Contaron unas
ocho piedras, de buen tamaño, más que suficiente para vivir
acomodadamente un año. Eso más la gratificación por devolver de
una pieza al inútil de Birch. Daría para comprar nuevos vestidos,
arreglar alguna que otra pieza de armadura, comprar pólvora y alguna
que otra fiesta en aquella casa de...
— Shiquillo,
vié er nano corriendo como un dimonio por la plasa.
— ¿Qué
ha dicho Fernández? — Inquirió Rubens, que todavía se la
guardaba — .
— Ha
dicho que vuelve el enano — explicó Jans en tono condescendiente —
. Seguro que viene a darnos explicaciones de sus hazañas.
— E dei suoi genitali.
— E dei suoi genitali.
— Va
diciendo algo pero no le entiendo bien — Parece que viene herido—
.
Y
lo que iba diciendo el enano, lívido como una mortaja, herido por
una garra en el pecho, y ensangrentado, era:
— ¡¡¡STRIGOI!!!
Nada más por hoy. En próximas entregas os iremos mostrando otras bandas de Mordheim que tenemos. Seguro que alguno ya se hace una idea de cual es la siguiente. Veremos también qué le pasa a nuestros héroes.
Arrivederci!!
El gran magnate, cuyos dedos se extienden hasta Mordheim desde Mariemburgo. Como buen inversor, no se mancha las manos, pero recoge el beneficio. |
Nada más por hoy. En próximas entregas os iremos mostrando otras bandas de Mordheim que tenemos. Seguro que alguno ya se hace una idea de cual es la siguiente. Veremos también qué le pasa a nuestros héroes.
Arrivederci!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario