martes, 28 de mayo de 2013

De espías y mensajeros para partidas Pulp

Una nueva entrada dedicada al Pulp y al Weird War, aunque esta vez sólo presentado dos miniaturas que pinté, sin pensar que serían para ningún juego en concreto, pero que quedan estupendas sobre cualquier mesa ambientada a principios del siglo XX. Ambas son miniaturas de Artizan.


Helena Miller, aviadora británica

El manejo de la información siempre ha sido un elemento decisivo durante el desarrollo de los conflictos del siglo XX. Un elemento vital a principios de siglo era mantener una vía de información operativa entre las metropolis y las colonias, o entre los frentes y el grueso de generales que dictaban las órdenes a cientos de kilómetros de distancia.

La siguiente miniatura no tiene ningún rasgo que la identifique claramente cómo encargada de transportar documentos y planos de los cuarteles generales al frente, pero seguro que los colores, la pose y la actitud de la miniatura os recuerdan a una valiente piloto dispuesta a jugarse el pellejo por conseguir que esos planos de alto secreto lleguen por fin a las manos de la inteligencia aliada.

Foto tomada por la Gestapo en 1949

Miller se enroló en el ejército británico en 1946, cuando la escasez de hombres obligó a darle papeles mas relevantes a las mujeres que hasta la fecha habían permanecido en la reserva. Miller había destacado como piloto de diversos aviones de entrenamiento, por lo que no le costó hacerse con los mandos de los Hawker Typhoon.


Vista de la miniatura. No es muy destacable, pero el concepto,
la actitud, me parece muy propio de un personaje Pulp.
Miller no pertenece a la RAF, si no que recibe órdenes directas del comandante Dutton. Su perseverancia como mensajera ha salvado al oficial de mas de un desastre si la información de los movimientos enemigos no hubiera llegado a tiempo.

Miller y Richard Dutton, probalemente la piloto estaría
recogiendo correo urgente que transportar a Londres.

Anne Olsen, agente de la resistencia danesa.


Una foto de Olsen, de antes de la guerra.

Incluír una miniatura de una espía armada con una pistola también era otra de mis intenciones. Una rubia de Dinamarca que lucha como puede contra la invasión alemana, unas veces pasando información a los oficiales aliados infiltrados, otras veces saboteando las líneas de reabastecimiento del Reich.

La miniatura daba la oportunidad de pintar tanto pliegues y curvas del vestido como la propia piel de la muchacha.

Anne era una joven profesora de Copenhague, tras la invasión alemana se organizó para entrar en contacto con la inteligencia alíada. Su dominio del inglés y del alemán la han hecho un factor clave para la inteligencia británica, si quiere saber que ocurre en la ciudad.

Fotografía encontrada en el cadáver
de un oficial de las SS en 1949.

Nada más, esperamos que os hayan gustado las miniaturas, hasta la próxima semana.

martes, 21 de mayo de 2013

Los Dedos de Birch, Mercenarios de Mariemburgo II


LOS DEDOS DE BIRCH, MERCENARIOS DE MARIEMBURGO II

Hoy continuamos con las andanzas de nuestra banda de Mordheim. Como os comenté la  semana pasada, está excelentemente pintada por una pintora de Albacete, que tiene un talento excepcional, Sonia Dardabi. El texto es mío, y no es más que un divertimento para acompañar las imágenes de las miniaturas. Ya veremos lo que da de sí. 

Una historia no contada por ningún heraldo (cont.). 

El bueno de Birch "El Rico", muy atento a la batalla inminente.

Nota aclaratoria (Bis): Siempre me ha parecido mal el trato que se le ha dado a los Estalianos (España) en WHFB. También en WHFRP. Siendo el imperio (fin S. XV, ppios. XVI) como es, es de vergüenza tal ignominia. Así que, ya que los propios escritores oficiales han renegado de su historia en una decena de ocasiones, me voy a permitir que estalianos (españoles), tileanos (italianos) e imperiales (alemanes de la época de Carlos I) se relacionen como si tuviesen estrechas relaciones, o, mejor dicho, alianzas. Así que, más que una banda de mercenarios del Mariemburgo rolero, parecen unos mercenarios de la época de los tercios, pero con hombres rata y piedra bruja. 

El aire viciado de la ciudad se entretenía jugando con el leve vestido que cubría a Galiena. La maga tardó unos segundos en concentrarse, en silencio. Únicamente su respiración, profunda y fuerte, denotaba el esfuerzo. Las miradas de Rubens y Fernández se cruzaron por un instante en el corto recorrido de un escote.
— E 'l'angolo occidentale.
— ¿Estás segura? —Inquirió el Capitán Jans sin dejar de mirar hacia el supuesto objetivo.
— Molto sicura.
— Bien. Fernández: tú y Fritz tomad posiciones ya, y aguantad hasta lo convenido. Disparad si hay algúna sorpresa, que acudiremos y os sacaremos del atolladero. Pavlov, tú y Hegel nos cubrís mientras avanzamos. Sois los más expuestos en la plaza, así que en cuanto entremos en la casa buscáis un parapeto.


El arcabucero Fritz

La casa hasta la que tenían que llegar hacía esquina, pues daba a una de las calles rectas que salían de los lados de la plaza. Tenía, en dicho ángulo, una orla dentro de la que todavía se podía atisbar un viejo escudo de armas. Como todas las de la plaza, en el piso inferior tenía columnas de fuste liso, que sostenían el piso superior formando un soportal. Este primer piso, totalmente de madera, tuvo su ventanal, alguna vez, pintado de verde. Ahora apenas se conservaban los restos de alguna ventana. Del tejado no quedaba nada, únicamente unas vigas ennegrecidas que rasgaban el cielo gris, como el costillar de un gigante.


El fantástico dúo de arcabuceros, Fritz y Fernández, protagonistas decisivos en esta historia.

Todos iban en buen orden mientras cruzaban la plaza, en unos minutos que se hacían eternos. El Capitán siempre delante, con la mirada viva, sudando el guante del escudo. El cabo Rembrandt estaba pendiente del chico, al que empujaba de vez en cuando para que mantuviese el ritmo. Rubens cubría a Galiena, que andaba decidida, martilleando sus tacones por la resonante plaza. Todo bien. De repente, el enano, cuando llegaron al centro, se quedó atrás.

— ¡¡¡¡Heeeeeeeeeeyyyy!!!!, ¡¿Habeeerrr alguien?! — "El Rata" levantó ambos brazos, hachas en mano, y giró lentamente trescientos sesenta grados, a modo de reto .
— Algún día nos van a matar a todos por culpa de este loco hijoputa, pero antes juro por Sigmar que lo degüello — masculló el Cabo Rembrandt rojo de ira —.
— ¡¡¡Hoooolaaaaa!!! ¡¡Vamos, rratas de mieeeerrrda!! — El enano empezó a levantarse el taparrabos y mostró sus generosos genitales a un público inexistente .
— ¡¡Avanzad!! — Ordenó el Capitán—.
— ¿Puedo dispararle yo? Le daría en toda la po... — Se ofrecía Sebastiano Píccolo—.
Justo en ese instante algo hizo que el mediano no completara su frase, pues una piedra lanzada con una honda, golpeó el suelo a dos metros a la izquierda del grupo. Después de esa primera, los cantos empezaron a caer como granizo sobre el grupo, y todos empezaron a correr. Pronto se oyeron las primeras detonaciones de arcabuz. El bueno de Fernández estaba haciendo su trabajo, sin decir ni mú.
Alcanzaron el soportal sin resuello. El Capitán tomó la puerta de un salto, mientras desventraba a un par de hombres rata que guardaban el quicio. 
— Coged posiciones, dentro de la casa debe haber más.
— Moriremo tutti oggi!!
— ¡Se me ha vuelto a mear encima! — El cabo Rembrandt dejó a Birch "el Rico" como un fardo al lado de la puerta noble de la casa, que estaba caída. El muchacho tenía la vista fija en el enano, y hasta parecía divertirle lo que veía. La baba le manchaba la gorguera.
El enano bailaba ahora en mitad de la plaza. Una enorme cantidad de piedras se extendían a su alrededor. Alguna le había dado. Mala suerte, nada serio. Fernández y Fritz avanzaban ahora a trabucazo limpio por las ruinas de los soportales cercanos, apoyados por Sebastiano Píccolo, que no fallaba ni un disparo. Pavlov y Hegel habían tomado posiciones flanqueando el dintel de acceso. Se habían encargado certeramente de un grupo de ratas gigantes que habían llegado hasta ellos. En el interior de la casa, la situación era totalmente distinta: La casa tenía sótano, y de él, por medio del suelo del zaguán, a través de las vigas y la madera podrida, había surgido un engendro de unos tres metros de alto. Un ogro con cara de rata, con pústulas en las pústulas, un aliento atroz, y un garrote enorme. El cabo Rembrandt acababa de quedar inconsciente de un garrotazo, tras saltarle un ojo de un tiro al monstruo.
— ¡¡Pavlov, Hegel, a mi!! — gritaba el Capitán—, ¡Hay que acabar con él antes de...

El gran Hegel,  espadero, siempre dispuesto a afrontar cualquier crisis con su mandoble. A destacar el fantástico trabajo de los metales de la armadura y la manga acuchillada.
El capitán esquivó el tronco que enarbolaba la bestia por poco. El cuerpo del monstruo asomaba ya casi completamente por el agujero, y, a modo de escalera, más ratas intentaban llegar hasta nuestros héroes. De repente, el tiempo se detuvo, y Galiena comenzó a lanzar una plegaria arcana. El aire pareció rilear y chispear por un instante a su alrededor, y, de súbito, toda la habitación estalló en llamas.
— ¡¿Habéis visto?! ¡Ha reventado! — Chillaba Galiena eufórica en perfecto idioma del Imperio, medio desnuda, con su gaseoso vestido hecho carbonilla —, ¡Y lo he matado yo! ¡Ya veréis cuando cuente esto en el colegio imperial!
Rubens, arrebatado, trabajaba como una máquina implacable, machacando a diestro y siniestro ratas, hombres rata, todo lo que se pareciera a un roedor. De su melena salía un extraño humo, y ya no parecía tan blanca ni tan canosa como antes. El agujero estaba siendo despejado rápidamente, pues ambos soldados acompañaban al sargento en  la matanza ratuna.


El gran Pavlov. El contraste de colores hace que esta gran figura de Warcrow todavía destaque más sobre los tableros de juego.

— ¿Todos bien? — Preguntó el Capitán, mientras se arrancaba los restos de la pluma chamuscada del sombrero.
— Che sono la migliore maga in tutto il mondo. ¿A qué sí?
— Gottlob! — Espetó el Sargento Rubens— Rembrandt está bien, un poco atontado, pero vive.
El cabo Rembrandt se incorporó poco a poco, lastimeramente, y por primera vez en horas, se hizo el silencio. 
— Agh... Ahora a buscar la piedra bruja, canallas... — Susurró el Cabo— . Y todos rieron.
Fritz y Fernández regresaron, y ayudaron a buscar por el interior de la casa, intercambiándose, pues se turnaban con Píccolo para hacer guardia en el exterior.
Y así pasaron gran parte del día, hasta que descubrieron un saco de ese fantástico material por el que se jugaban la vida. Contaron unas ocho piedras, de buen tamaño, más que suficiente para vivir acomodadamente un año. Eso más la gratificación por devolver de una pieza al inútil de Birch. Daría para comprar nuevos vestidos, arreglar alguna que otra pieza de armadura, comprar pólvora y alguna que otra fiesta en aquella casa de...
— Shiquillo, vié er nano corriendo como un dimonio por la plasa.
— ¿Qué ha dicho Fernández? — Inquirió Rubens, que todavía se la guardaba — .
— Ha dicho que vuelve el enano — explicó Jans en tono condescendiente — . Seguro que viene a darnos explicaciones de sus hazañas.
— E dei suoi genitali.
— Va diciendo algo pero no le entiendo bien — Parece que viene herido— .
Y lo que iba diciendo el enano, lívido como una mortaja, herido por una garra en el pecho, y ensangrentado, era:
— ¡¡¡STRIGOI!!!

El gran magnate, cuyos dedos se extienden hasta Mordheim desde Mariemburgo. Como buen inversor, no se mancha las manos, pero recoge el beneficio. 

Nada más por hoy. En próximas entregas os iremos mostrando otras bandas de Mordheim que tenemos. Seguro que alguno ya se hace una idea de cual es la siguiente. Veremos también qué le pasa a nuestros héroes. 
Arrivederci!!

martes, 14 de mayo de 2013

Los Dedos de Birch, Mercenarios de Marienburgo I


LOS DEDOS DE BIRCH, MERCENARIOS DE MARIEMBURGO

El grupo completo, con Birch "El Rico" en el centro. 

Una historia no contada por ningún heraldo. 

Hoy os presentamos una banda de Mordheim, la primera que tengo de muchas, y que está excelentemente pintada por una pintora de Albacete, que tiene un talento excepcional, Sonia Dardabi. El texto es mío, y no es más que un divertimento para acompañar las imágenes de las miniaturas. 

Nota aclaratoria: Siempre me ha parecido mal el trato que se le ha dado a los Estalianos (España) en WHFB. También en WHFRP. Siendo el imperio (fin S. XV, ppios. XVI) como es, es de vergüenza tal ignominia. Así que, ya que los propios escritores oficiales han renegado de su historia en una decena de ocasiones, me voy a permitir que estalianos (españoles), tileanos (italianos) e imperiales (alemanes de la época de Carlos I) se relacionen como si tuviesen estrechas relaciones, o, mejor dicho, alianzas. Así que, más que una banda de mercenarios del Mariemburgo rolero, parecen unos mercenarios de la época de los tercios, pero con hombres rata y piedra bruja. 

Los Birch, padre e hijo, ávidos de riquezas y renombre para su familia. 

INICIO:
Situación: Una banda de mercenarios mariemburgueses ha pasado la noche en la ciudad de la piedra bruja. Tienen una serie de casas seguras a las que van a lamerse sus heridas cada vez que la situación se pone tensa. Esta vez no llevan ningún herido, pero el hijo del mecenas que les patrocina está en absoluto estado de shock. La pelea contra un grupo de hombres rata el día anterior ha acabado con los nervios del pusilánime hijo de Birch.

Los tres mercenarios a los que paga la banda. De izquierda a derecha: "El Rata", enano matador; la maga Galiena y el mediano arquero Sebastiano Piccolo.

Dile a ver a esa zorra si siente algo, aparte del calor entre sus piernas —dijo Jan.
Sí, capitán. 
El sargento Rubens se dirigió hacia la maga Galiena. Ella estaba en una habitación contigua intentando vestir al zagal, algo impávido todavía por la situación del día anterior. Le estaba ajustando la coquilla o los calzones, vaya usted a saber. Birch El Rico tenía la mirada perdida, y el vientre vacío. No había retenido nada desde la jornada de Ulrich (tercer día de la semana imperial), cuando se encontraron a aquel grupo de hombres rata. Fernández, el trabuquero, estaba con un ojo cerca de la escena, y no tardó en interpelar al sargento en un estaliano soez y grosero:
No ze le levanta ni er ánima, ar zagá... Zi yo fueze, tampoco l’iba a dar con er trabuco. Zin peloh ze me habría de quedáh.
Rubens, que medio lo entendía, decidió ajustar cuentas más tarde. Pero el resto, incluyendo a Sebastiano Piccolo, el mediano, y a Fritz, el otro arcabucero, sacudieron sus cabezas con gestos aprobatorios, acompañando el movimiento con alguna risilla. 
Señor, estamos listos. Hoy será un día donde acrecentará su gloria y su fama. Su padre estará orgulloso —asertó Rubens, dándoles a enterder que la compañía estaba lista para partir.
El Sargento Rubens, llamando a la batalla con su martillo en alto.

El cabo Rembrandt se acercó a la zona donde el capitán Jan Magnus estaba examinando el mapa que habían conseguido la tarde anterior. Aunque estaba en lengua ratuna, se identificaban claramente cuatro puntos aledaños al refugio donde los mutantes habían detectado la presencia de piedra bruja. Ya llevaba la ristra de pistolas encima, y todos los herrajes de los que disponía. Sin más dilación, decidió ir al grano:


El Cabo Rembrandt, transformación de un portaestandarte imperial. 

¿Qué cojones pasa, capitán?
Es una trampa, me lo dice hasta el cuero cabelludo. Los ratas saben que tenemos algo de material, y por eso nos han dejado el mapa, para conducirnos hasta alguno de los puntos convenidos. Allí nos asaltarán en masa, y en el cuerpo a cuerpo degollarán a todos los que puedan, sin posibilidad de gastar pólvora. ¿Cómo está el enano?
Durmiendo. No tengo ni idea de dónde saca el alcohol, señor —se lamentó Rembrandt—. Nadie debe tener, pero le aseguro que alguien debe llevar alguna esencia que le hace olvidar lo que le queme por dentro y conciliar el sueño de los malditos. 
Hay que despertarlo aunque le quememos la barba. Si quiere morir, que sea a nuestro servicio, que para eso se lleva buenas coronas de lo que nosotros ganamos. Además necesito a la maga.
Estará tensa. 
Seguro, Fernández la saca de quicio, pero de eso se encargará Rubens más tarde. Necesito su sentido mágico para que detecte cual de estos escondrijos destila más fuerza. 
En ese momento, Galiena y Rubens se acercaron al dúo. Galiena, con sus formas turgentes, sus gasas y sus transparencias llevaba a toda la compañía de cabeza. Si el sargento no fuera de piedra, e hiciese valorar más a la soldadesca su cabeza que su entrepierna, ya hubiesen empezado a matarse entre ellos por la tileana.
Io non sono una cagna, io sono una strega del collegio imperiale!!!
Todos lo sabemos y como tal la tratamos, mi señora —dijo Rubens en un estaliano con considerable acento—. Ahora necesitamos de sus inestimables conocimientos sobre la magia.
Non avrei mai dovuto arrivare a questo buco infettiva —se lamentó Galiena.
¿Qué ha disho? —inquirió Fernández.
Ich werde dich töten! —le espetó Rubens con voz de bajo. Fernández siguió con lo suyo. 

Los tres héroes de la banda. De izquierda a derecha, el Cabo Rembrandt; Jans Magnus, Capitán y el Sargento Rubens.

A Jans Magnus se le agotaba la paciencia. Su cara denotaba una tensión terrible, pero, con templanza, moduló su voz hasta un tono normal, y sin proferir blasfemia alguna, comenzó a explicar el plan. Rembrandt llamó a los dos kislevitas que montaban guardia fuera, Pavlov y Hegel, soldados ambos, que portaban grandes espadones.
El plan es el siguiente —comenzó el capitán—: En cuanto la señora hechicera nos diga en cual, de estos cuatro edificios, está la mayor concentración de piedra bruja, nos desplegaremos. Los dos arcabuceros, Fritz y Fernández, tomarán posiciones para cubrirnos la retirada hasta aquí. Aguanten sin disparar hasta que nos vean salir, y tengan cuidado de no darle a nadie, ya saben. Tampoco revelen su posición antes de tiempo.
Ja mein Kapitän —espetó Fritz.
Zi, yasta esho —apuntó Fernández.
Ambos se miraron socarronamente, y empezaron a repartirse las sartas de pólvora, a cosa de una docena cada uno.
Nosotros tres, Rubens, Rembrandt y yo —prosiguió el capitán—, entraremos a saco por la puerta principal. Atentos a la negrura y a los huecos, que tendrán ratas gigantes amaestradas que parecen perros y son más tenaces. No se descuiden, y a la voz de atrás, es atrás, que nadie se haga el valiente. Pavlov y Hegel se cubrirán tras la puerta, y nos guardarán la retaguardia. Ni se les ocurra salir. Ya saldremos todos a degüello cubiertos por los tiradores. ¿Entendido?
Entendido.
La señora hechicera irá con nosotros, pero siempre un paso por detrás y sobre seguro. Puede que su magia nos saque del atolladero. No debe ser herida, ni permitir que nadie acerque el acero a sus gasas.
¡Ejem! —Rubens se había sonrojado con el comentario.
Non ho bisogno di nessuno per salvare me, posso proteggermi! E cosa dire i miei vestiti?
Ningún problema —prosiguió el capitán—. El mediano también viene con nosotros.


Sebastiano Piccolo, el mediano. 

El cabo Rembrandt andaba pensativo. No hacía más que atusarse los bigotes y mesarse la barba. Esperaba que alguien le interpelara, como era su costumbre, pero, esta vez, habló sin mediar más tiempo:
¿Y el muchacho?
Como si un aire gélido hubiese traspasado la ruinosa estancia, todos callaron. De repente, una voz húmeda y gutural se oyó desde la habitación adyacente, una cloaca que olía a mugre. 
¡Irrá connnmigo! ¡Io lo prrroteggerré!
El enano matador, El Rata, suicida de profesión y mercenario de ocasión, parecía haber estado al tanto de toda la conversación del alto mando. Era un tipo que sólo vestía un taparrabos, con innumerables cicatrices y con una cresta mugrienta que le cruzaba el cráneo de Norte a Sur. Llevaba alguna que otra rata seca colgada, y le gustaba alardear de anillos en su carne y tatuajes en su piel. Si no fuese porque los enanos eran una raza bien conocida en el imperio, hubiera parecido un engendro tumefacto y borracho. Digno de ver arder, diría alguno. Los motivos que llevaron a este personaje a convertirse en un loco matarife eran absolutamente oscuros. Se rumoreaba que el capitán lo sabía, pero del tema nunca se hablaba. En realidad, El Rata, que no tenía otro nombre, no pertenecía a la compañía. Lo habían dado por muerto o desaparecido más de cinco o seis veces, pero siempre parecía volver de entre los muertos, nunca encontraba la paz que tanto anhelaba. No se ganaba su muerte. Siempre volvía a por dinero. 
¡Puto enano borracho infame! ¡¿Ya sales de tu sepulcro?! No, esta vez no permitiré que vuelvas a estar al lado del chico, pues si muere no habrá lugar donde el dinero de su padre no nos encuentre. Ya ha vuelto medio idiota de la última, y todo por hacerte caso. Irá conmigo y con el sargento Rubens. 
Questo nano è una bestia puzzolente!
Tú ya sabes lo que tienes que hacer. Ve y mata todo lo que encuentres a nuestro alrededor. 
Sí, Io ya saberr. Grugni sabe también. ¿Saber que tú pagarr antes del combate? 
Rubens te pagará, como siempre. Puedes marcharte, Rata. 
Nulla di buono può venire di questo.

Y así, con todo más o menos organizado, la compañía cruzó una plaza medio derruída, cubriendose de miradas indiscretas bajo los soportales, hasta llegar a un portal blasonado. Todos tensos y en guardia, mechas humeantes, excepto el señorito, que había sido llevado en volandas hasta allí, y seguía perdido. Todos esperando a que la hechicera detectara el poder de la piedra bruja, y marcara el edificio a asaltar. Todos eran profesionales, mercenarios, prescindibles excepto para sí mismos. Todos respondían por todos. El asunto era serio, como siempre, y la tensión se podía cortar como si fuese tocino. 
Aquí comenzaba la acción. 

En la siguiente entrega podréis presenciar como la trampa es trampa, pero no es lo esperado. También veréis las grandiosas hazañas de la sensual hechicera Galiena, la pericia del mediano Sebastiano Piccolo, y el valor irreflenable de El Rata, matador de trolls. Atentos al siguiente capítulo. 

miércoles, 1 de mayo de 2013

Hermano Belhor, Tecnosacerdote Ángel Oscuro

Vuelvo a la carga con un nuevo personaje de los Ángeles Oscuros. En esta ocasión he pintado un Tecnosacerdote, algo así cómo un ingeniero militar enfundado en una armadura que le permite, mediante sus poderosos brazos adicionales, efectuar cualquier reparación en mitad de la batalla, por dura que sea.

El Hermano Belhor ha servido al capítulo durante mas de trescientos años. En este tiempo ha realizado mas rituales de reparación y ha lamentado la perdida de más espíritus máquina que cualquier otro Tecnosacerdote del capítulo puede recordar.


Tras tantos años de servicio, su armadura se ha convertido en parte de su cuerpo, y viceversa. Su piel se ha vuelto blanquecina y apagada, su voz cada vez mas débil, casi un susurro y sus manos apenas sirven para ayudar a los muchos instrumentos de reparación que porta a sus espaldas. Belhor está orgulloso de su acercamiento al Ommnisiah, el dios máquina.


Los Ángeles Oscuros que se convierten en Tecnomarines son entrenados en Marte durante treinta años, pero cuando vuelven a su Fortaleza-Monasterio ya no son tratados como iguales, pues el resto de los integrantes del capítulo recelan de las influencias externas que pueden haber sido implantadas al recién llegado. No obstante los Tecnosacerdotes sufren este estigma con orgullo y dignidad, pues saben que son una pieza clave en el mantenimiento de todos los vehículos y todas las armas y armaduras del capítulo.


Los tecnomarines crean servidores a partir de procesos de multiplicación celular controlada. A pesar de su apariencia humanoide se trata de seres con capacidades cognitivas muy limitadas, cuyo único fin en la vida es ser de ayuda a sus creadores. Los Tecnomarines y los Ángeles Oscuros respetan a estos servidores, pues arriesgan su vida de manera desinteresada para lograr su cometido.



Y esto ha sido todo por esta semana. Unas miniaturas que me ha gustado mucho pintar y que espero que os hayan gustado. Hasta la próxima.